lunes, 20 de abril de 2009

La catarsis racial de Estados Unidos


Escribir un cheque sin fondos es igual que asesinar, violar y robar cuando uno vive en el Salvaje Oeste, aunque aún el infractor no haya sido condenado en un juicio. El FBI, que sigue teniendo la foto de Osama Bin Laden en su página web, está aumentando a un ritmo frenético su base de datos genéticos. Da igual la categoría del crimen, sea éste robar unos chicles o pegar a la esposa. Tampoco importa la presunción de inocencia: no hay que esperar al juicio ni a la condena. Basta con el arresto: se toma una muestra del ADN del detenido, que inmediatamente pasa a formar parte de una inmensa base de datos de criminales con los que comparar las muestras de crímenes no resueltos, en plan CSI. Con eso, dicen las autoridades, también se conseguirá liberar a los inocentes encarcelados y romper con el estereotipo racial de las prisiones, donde en 2002 había más negros que en las universidades. Son tiempos de profundo debate sobre los derechos civiles en Estados Unidos. El Tribunal Supremo juzga si a los bomberos blancos se les discrimina en las promociones porque no son negros. La misma instancia judicial reflexiona sobre si el fiscal de Nueva York puede investigar si los bancos conceden hipotécas y préstamos con intereses más altos a negros e hispanos que a blancos. Y, además, el Voting Rights Act de 1965, la ley que permitió votar a los negros en el Sur, ha sido redefinida: ya no habrá extraños distritos electorales, los famosos cross-over, diseñados contranatura para que los candidatos negros tengan opciones de ganar. Estados Unidos tiene un presidente negro. La cuestión racial, sin embargo, sigue viva.
 
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