viernes, 12 de febrero de 2010

Purgas

No ha habido testigos prestando declaración con dentadura postiza, los dientes perdidos tras las torturas. No ha habido testigos respondiendo al fiscal sin moverse de la silla, incapaces de ponerse en pie. Y no ha habido testigos sorprendidos porque el juez decidiera suspender la sesión porque no llegaba la confesión esperada. Eso, como recordaba el fallecido Alexander Solzhenitsyn en el Archipiélago Gulag, ocurría en la Rusia de Stalin. Las purgas, sin embargo, siguen vivas en otros lugares del mundo. Doce altos cargos del ejército de Sri Lanka han sido destituidos porque eran “una amenaza para la seguridad nacional”. Otros 40 han sido trasladados y sustituidos por otros más próximos al gobierno de Mahinda Rajapakse. Y, al poco, el presidente ha disuelto el Parlamento y ha convocado elecciones legislativas. Todo, en medio del terror. Sarath Fonseca, el rival derrotado en las últimas elecciones, mandaba el ejército que puso sangriento fin a la revuelta tamil, a los largos años de atentados, de mujeres vestidas de negro para ocultar bajo sus ropajes las bombas, de terroristas con helicópteros y barcos. Vivía el general rodeado de una guardia personal de 80 soldados. Ahora ha sido detenido y “tratado como un animal”, según su esposa. Teme por su vida. El presidente Rajapakse, que el general detenido lidere un golpe de estado que acabe con la suya. La conclusión es evidente: el mismo ejército que sirvió para sofocar el terrorismo tamil con métodos nunca esclarecidos debe ser limpiado una vez pasado el peligro. Stalin no está en Sri Lanka, pero ahí, como en la Rusia comunista, la paranoia y la política del terror siguen vivos.

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