miércoles, 8 de abril de 2009

El último gobierno comunista


Hay más de cien heridos, piedras lanzadas contra el Parlamento, fuego. Hay gente con la bandera de Rumanía pintada en la cara, otros que enarbolan la de la Unión Europea como si de un escudo se tratara. Ocurre en Moldavia, donde el Partido Comunista ha vuelto a ganar las elecciones con alrededor del 50% de los votos. Hay votantes que no creen en la limpieza de los resultados. El partido vencedor ha accedido a un nuevo y escrupuloso recuento que podría llevar unos diez días. Y los observadores de la UE creen que los comicios cumplieron con muchos de los requisitos internacionales, “aunque se requieren mejoras”. Da igual. Moldavia y sus manifestaciones abren los ojos a una Europa muchas veces desconocida para sus vecinos del viejo occidente. Los moldavos tienen un grave problema independentista: la región del Transdniester tiene su propia moneda y su propio gobierno, y no es reconocida por nadie más que por Rusia, que aquí, como en el caso de Georgia y Ossetia, actúa como poder dominante, conflictivo, manipulador e incontestable. Los moldavos sueñan con Rumania, ese país tan sospechoso en la UE: la idea de la reunificación planea constantemente, hasta el punto de que el presidente Voronin, comunista, ha declarado “persona non grata” al embajador rumano, por considerar que fomenta la revuelta. Y los moldavos, por último, reciben ayuda económica de los 25 mientras se enfrentan a su propio gobierno. No hay país más pobre en el viejo continente: 350 dólares de salario medio. Es el síntoma de una enfermedad. Cuando la URSS desapareció, nadie se preocupó de las consecuencias que dejaría su rastro.

 
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