jueves, 11 de junio de 2009

La Unión Soviética sigue viva

El húngaro Ervin Zador sale de la piscina con la cara ensangrentada, dejando el agua turbiamente roja, y, según las crónicas de aquel día, 6 de diciembre de 1956, con un ojo colgándole de la cara. Ocurrió en el Blood in the water match (el partido de la sangre en el agua), que enfrentó en el mundial de waterpolo de Melbourne a las selecciones de Hungría y la Unión Soviética (4-0). La violencia era previsible: los dos equipos jugaban poco después de que las tropas soviéticas sofocaran con tanques, bombas, aviones y muerte la insurrección magiar de 1956. Los húngaros se tomaron la revancha en ese encuentro. El partido, una anécdota perdida en décadas de dictadura y opresión, revela cómo ya entonces las repúblicas bálticas y del Este de Europa habían dejado de observar a la URSS como la potencia que les había liberado de la opresión nazi. Las tropas soviéticas eran ya las invasoras. Hace dos años, el gobierno de Estonia decidió prescindir de un monumento a los soldados soviéticos en el centro de Tallin, la capital del país, y eso provocó enfrentamientos entre la policía y la minoría rusa del país, así como la firme protesta de Moscú. En Riga, el corazón de Letonia, una gigantesca caja negra acoge el Museo de la Ocupación, que recoge los horrores de la presencia nazi y rusa, sin distingos. Reaccionar así a un pasado tan oscuro será cada vez más difícil. Moscú acaba de anunciar la creación de la Comisión para contrarestar la falsificación de la historia en detrimento de los intereses rusos. No es una cosa cualquiera. Ya se conocen sus primeros efectos. Los archivos de la Asociación de la Memoria de San Petersburgo, fundada por Andreï Sakharov, premio Nobel de física, fueron secuestrados por la policía a finales de 2008 porque habían sido la base de un estudio crítico de la vida en la época de Stalin, recuperado para la historia como un héroe por la Rusia de Putin y Medvedev. La Asociación reclamó ante la justicia, que consideró la intervención policial como “ilegal” (carecía de órden), pero “justificada” (¡se habían metido con Stalin!). A nadie puede sorprenderle: The Whisperers, el libro resultante del trabajo en esos archivos, no ha encontrado editor en Rusia. Quizás les interese más a los lectores de Papúa Nueva Guinea.


Las últimas tropas soviéticas contra civiles lituanos
 
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