martes, 14 de abril de 2009

Alfonsín

La muerte de Raúl Alfonsín, presidente de Argentina, ha reavivado un debate dramático en su país. Las posiciones son antagónicas. Vividas apasionadamente. Hay quien le ve como un defensor de los derechos humanos y la encarnación de la esperanza tras el terrible periodo de la dictadura de los militares. Esa gente, como el compañero Sebastián Fest, de la agencia DPA, se agolpó en la calle donde estaba su casa para despedir a su presidente, vivió con desazón los tres días de luto oficial, y lloró en números multitudinarios durante su entierro. Luego se lanzaron a las redes sociales de internet, del facebook a la wikipedia, para reivindicar su figura. Al otro lado están los que ven en Alfonsín una ocasión perdida y una farsa. Hebe de Bonafoni, presidenta de la Asociación Madres de la plaza de Mayo, le despidió recordándolo como "defensor del terrorismo de estado" y calificando de "hipócritas" a quienes le lloraron. Los carapintadas militares se rebelaron contra el gobierno de Alfonsín y su Ley de Punto Final en 1987. Demasiadas ansias de limpiar su horrible pasado, que hoy sigue vivo en los periódicos argentinos, póngase el Página 12, donde aún se encuentran anuncios de padres que siguen buscando a sus hijos desaparecidos en los 70. A la revuelta le siguió la Ley de Obediencia Debida, que liberó de ser juzgados a los militares que hubieran cometido crímenes contra los derechos humanos siguiendo órdenes de sus superiores. Fue la única solución para quien sólo tenía el arma de los votos, dicen sus defensores. La gran ocasión perdida y el pacto de la vergüenza para sus detractores.
 
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