martes, 9 de junio de 2009

El precio de una vida


El 10 de noviembre de 1995, cuando Ken Saro Wira fue ahorcado, la compañía Shell seguía sacando petróleo del suelo de Nigeria. La ejecución, decidida por un tribunal militar, provocó la expulsión del país de la Commonwealth, silenció a la voz más crítica con el gobierno, y permitió que las compañías extranjeras siguieran operando sin preocuparse por el medio ambiente ni las agresiones sufridas por la tribu Ogoni, a la que pertenecía Wira. El activista, que ya había pasado por la cárcel previamente, había denunciado que Shell proporcionaba armas a las autoridades nigerianas, y que les había pedido que dispararan contra los activistas pro derechos humanos, que llegaron a alcanzar los 300.000 en varias manifestaciones. El hijo de Wira y los de otros cuatro ajusticiados saben desde el lunes cuánto vale una vida: consiguieron una indemnización de 15.5 millones de dólares, pero no que la compañía admitiera ninguna influencia en el asunto. Más pronto que tarde, se hará una película sobre el tema. Ya se puede encontrar algo parecido en El Jardinero Fiel, que no es más que un relato de algo evidente: en África, todo tiene un precio. La vida, la muerte y el suelo. Sólo hace falta el dinero.
 
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