domingo, 14 de junio de 2009

Capital de manifestaciones

Lo recuerda Marjane Satrapi en Persépolis, su polémico libro sobre la caída del Sha y la llegada de los islamistas al poder en Irán. Teherán es una ciudad acostumbrada a las manifestaciones. Las hubo contra el emperador, un hombre vendido a los Estados Unidos bajo la coartada de modernizar un país atrasado y lleno de riquezas. Las hubo, pagadas con el dinero de todos, para conmemorar los 2.500 años de la dinastía reinante, echando la mirada hacia los tiempos de Ciro El Grande. Las hubo a favor y en contra del uso del pañuelo entre las mujeres, cuando ya el viernes negro, teñido de muertos, había llevado al Sha al exilio. Y las hubo entonces, incluso, contra el integrismo: ésas ya fueron disueltas con la misma dureza con la que los islamistas destruyeron a los partidos de izquierdas. Hoy en Teherán hay de nuevo protestas y manifestaciones porque el candidato Musavi ha perdido ante Ahmadinejad unas elecciones presidenciales que considera ganadas. Los enfrentamientos en las calles de la capital, encendidos por la detención de un centenar de líderes reformistas, incluido Mohammad Reza Khatami, hermano del ex presidente Katami, han disparado la imaginación de occidente y sus medios de comunicación. Irán en armas. Irán por la democracia. Irán, contra el fraude electoral. Sólo hay un problema. Ni Musavi es un pacífico reformista ni Teherán es todo Irán. Fuera de las grandes ciudades, entre campesinos iletrados sometidos a años de doctrina integrista, Ahmadinejad tiene su granero electoral. No hay allí manifestantes. No están en esos pobres campos los reporteros ni llegan los periódicos liberales que tan alegremente sirven de fuentes a los periodistas extranjeros, ávidos de gente que hable inglés, alguno quizás sorprendido porque ahí nadie hable árabe. Faltan, también, las mujeres maquilladas a la occidental, ésas que aparecen en las portadas extranjeras como imagen del cambio. Irán, según la wiki, es muchos iranes. Más de 70 millones de habitantes, tres veces España en superficie. Por ahora, mientras la capital grita, el país calla.
 
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