
“Soy el vencedor absoluto de estas elecciones, por un amplio margen. Es nuestro deber defender los votos de la gente. No hay vuelta a atrás”. Son las palabras de Hussein Musavi, candidato a la presidencia de Irán, nada más conocerse su
derrota. No la acepta, tras una tensa campaña que deja como vencedor al presidente saliente, Ahmadinejad, y que pone al país en el alambre. De las acusaciones de fraude a la revuelta hay un paso. La policía ya está “de maniobras” en Teherán, por si las moscas. Cientos de milicianos del grupo Basij han tomado posiciones alrededor del Ministerio de Interior y la sede electoral del partido de
Musavi, conservador moderado. El ejército y los guardianes de la revolución están preparados. Musavi y sus partidarios hablan de fraude: faltaron papeletas, se extendió la votación cuatro horas más allá del límite preestablecido (18.00h), se suspendieron los servicios de mensajería entre móviles y se cerraron páginas web reformistas. Irán parece tener un nuevo presidente, con su programa del Gran Irán, confrontación internacional, demagogia económica a favor de los pobres y conservadurismo social, pero está más dividido que nunca.