lunes, 14 de septiembre de 2009

El otro Guantánamo

Guantánamo era la punta del Iceberg. Ahí se acumulaban supuestos talibanes, sometidos a días sin noche, siempre bajo la luz de los focos; acosados con altavoces que escupían música heavy las 24 horas, los Metallica como método de tortura; y sujetos a las reglas del manual de interrogatorios aprobado por la administración Bush, un librillo terrible que regló, probablemente a toro pasado, la práctica de desnudar a los prisioneros, taparles las cabezas, hundírselas en agua y demás frusilerías. En Guantánamo, sin embargo, no se acabó la cosa. En la base ex soviética de Bagram, al norte de Kabul, en Afganistán, hay 600 prisioneros que hasta hoy no han tenido derecho ni a saber de qué se les acusa. El Pentágono, que decide la política militar de los Estados Unidos, estudia esta semana “darles derechos”, que debe ser algo así como dejarles de considerar animales. Ha sido el triunfo de las protestas de los prisioneros, en su mayoría sospechosos de ser talibanes, que desde julio aplican el método Ghandi: han renunciado, por ejemplo, a su tiempo de descanso y paseo, para subrayar sus quejas. Hay gente que lleva ahí seis años, aunque el dato no está claro, ya que a ellos sólo tienen acceso los militares estadounidenses y la Cruz Roja. Son tiempos oscuros para la democracia estadounidense, que cree necesario tener cárceles en el extranjero, eximiendo así de cualquier responsabilidad legal a su gobierno, mande Bush o mande Obama. Amnistía Internacional habló de “tortura” para describir qué pasaba en la base. El The New York Times, según la Wikipedia, escribió que dos prisioneros habían recibido sendas palizas con resultado de muerte. Y Obama, el presidente del cambio en Estados Unidos, prometió cerrar Guantánamo. Nunca, sin embargo, dijo nada de que en Bagram había 600 hombres sin derechos, nombres ni abogados.

 
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