jueves, 7 de enero de 2010

Un 'periodista' asesino

Jacques Mornard, periodista belga, entregó su vida a la causa estalinista con la ceguera que distingue a los fanáticos. Se ennovió con una mujer que consideraba horriblemente fea. Aceptó hacerse pasar por burgués con el objetivo de inventarse una nueva vida. Y se sometió a un intenso programa de entrenamientos, escondido en medio de la tundra rusa, donde aprendió a asesinar, a resistir interrogatorios y a domar con el instrumental psicológico proporcionado por sus instructores cualquier duda sobre las órdenes de Stalin. Mornard fue diseñado para ser un asesino implacable. Sólo perdió los nervios como periodista: un día, desplazado hacia la frontera de Francia con España, vio cómo llegaban los republicanos huyendo del ejército franquista, escuchó los “Reculez! Reculez!” que les gritaban los soldados senegaleses del ejército francés y le partió la cara a un compañero de oficio. “¡Qué vergüenza! ¡No fueron capaces de ganar y ahora vienen a esconderse aquí!”, había dicho el agredido, según escribe Leonardo Padura en El Hombre que amaba a los perros, una reconstrucción mitad fábula mitad verdad de la vida del agresor. El golpe casi le costó la carrera como espía a Mornard. No fue así, y bien que lo agradeció una de las esquinas más oscuras de la historia: voló a México, esta vez como el señor Jacson, y asesinó a Liev Davídovich, también conocido como Trotski. Mornard era Jacson y Jacson era Ramón Mercader. Periodista de mentira, revolucionario siempre, al final, un asesino.

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