miércoles, 12 de agosto de 2009

El país sin nombre

Cuando un país discute su nombre lo discute todo: Myanmar, la Birmania de toda la vida, empezó a denominarse así tras el golpe de estado de 1988, que continuó la línea de gobiernos de concentración militar iniciada en 1962. Esta semana, Aung San Suu Kyi, premio nobel de la paz, ha visto prolongado su encarcelamiento domiciliario en 18 meses. Suu Kyi, que venció las elecciones parlamentarias de 1990, paga así el horrible pecado de haber recibido a un estadounidense en su casa. La mujer ha pasado 14 de los últimos 20 años privada de libertad y la nueva condena la tendrá a la sombra durante las elecciones generales del año próximo. John Yettaw, su visitante de 54 años, ha sido condenado a siete años de prisión. Sus penas, sin embargo, sólo ponen cara a un colectivo de más de 2000 personas. Prisioneros políticos, les llaman. El The New York Times recogió su testimonio, las voces perdidas en noches frías tumbados sobre el cemento, las tazas rellenadas con expectoraciones sangrientas para demostrar enfermedades, a principios de año. En la web de la Assistance Association for Political Prisioners, que coordina a los represaliados que han cumplido su condena y está financiada por los Estados Unidos, se recogen profesiones y delitos de los castigados: hay músicos que cantaron lo que no debían; blogueros que escribieron demasiado; un comediante, Zarganar, que criticó la gestión que hizo la dictadura del paso del ciclón que en mayo dejó más de 130.000 muertos en el país…hay también activistas, políticos y, por supuesto, muchos monjes budistas, que protestaron en 2007 contra el gobierno y ahora son procesados… “por insultar al budismo”. Son las cosas de un país que discute su nombre, que tiene a la hija de su fundador en arresto domiciliario (Suu Kyi) y que ha hecho de la liberación de prisioneros una moneda de cambio para negociar con los Estados Unidos, la ONU y la UE.
 
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