martes, 21 de abril de 2009

Las últimas bombas de las Gatas Negras


A través de los campos de minas, entre tierras anegadas de agua, playas rodeadas de pistolas y ríos que les cubren hasta el pecho, cientos de miles de personas buscan refugio. Ocurre al noroeste de la isla de Sri-Lanka, la antigua Ceilán, situada al sur de la India, donde sólo el lunes 35.000 personas huían del horror del anunciado enfrentamiento entre las fuerzas gubernamentales y los Tigres, los rebeldes tamiles. Se sabe poco del conflicto, disputado en una zona selvática de 200 kilómetros cuadrados de la que han sido excluidos los periodistas. Estos son los datos conocidos. El enfrentamiento lleva 25 años produciéndose y gira alrededor de las diferencias políticas, religiosas y culturales. Los tamil son hindús. El resto del país, cingaleses de religion budista. Más cosas. Las estadísticas oficiales hablan de 70.000 civiles muertos en los últimos 25 años (¡25 años!), y de que los separatistas se especializan en utilizar mujeres-bomba, las famosas Gatas Negras, que abrazan a sus víctimas antes de suicidarse. Abundan también los ataques relámpago indiscriminados: este mismo año, cuando se les consideraba a un paso de la derrota, lanzaron un ataque aéreo (¡aéreo!) sobre la capital. Eso pone las cosas en perspectiva. Pocas guerrillas tendrán armada y fuerza aérea, los Tigres del cielo.
En este mismo instante continua el triste éxodo de refugiados. Con ellos, seguro, se marchan también muchos de los guerrilleros infiltrados, que ahora esperarán con los demás durante meses, quizás años, a que se descubran todas las minas de la zona, si es que acaba el conflicto. El gobierno de Sri-Lanka dio ayer 24 horas para que los Tigres, reconocidos como organización terrorista por 30 países, entre ellos los de la Unión Europea, se rindan. Los tamiles, sin embargo, tienen pinta de luchar hasta que no queden ni balas ni llantos. Sus razones tienen, según dicen. Han sido víctimas de asesinatos y violencia indiscriminada, ayer y hoy, como en 1983, el año del genocidio, cuando masas incontroladas de budistas cargaron contra los hindúes. A unos les desnudaron y quemaron tras bañarlos en petróleo. A otros les alcanzaron en plena huída, bajándolos de motos y coches para matarlos a pedradas, mientras se quemaban los negocios de la etnia, morían decenas de presos bajo custodia de la policía, y se producía un éxodo tan pronunciado como el de hoy, pero en la dirección opuesta. Dicen que este conflicto se acaba. Ya es hora. El reloj lleva descontando minutos con sangre y odio desde hace 25 años.

 
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