martes, 19 de enero de 2010
Los peligros de la nube
El FBI se inventó entre 2002 y 2006 miles de amenazas terroristas y emergencias para la seguridad nacional con el objeto de obtener listados de llamadas privados, violando así el Acta de Privacidad de las Comunicaciones Electrónicas, según ha revelado el The Washington Post. La polémica remite a tantas y tantas series policíacas que logran esos datos sin ningún problema (Sin Rastro, CSI…), a George Orwell y a la polémica que desató en España el Sitel (Sistema Integrado de Interceptación Telefónica). Ya no existen las conversaciones privadas. Todos los datos están al descubierto. Nada de lo nuestro sigue siendo sólo nuestro en cuanto se sube a la red, vía Facebook, Twitter, Hi5 o cualquier programa de almacenamiento de los que están transformando el concepto de ordenador, que pasa de almacenador a lanzador de datos. Es el mundo nube, con todo guardado ahí por el hiperespacio, Internet, la red en sí misma, convertida en el ordenador. “¿Cuántos usuarios se molestan en leer, no ya la letra pequeña, sino siquiera las letras más gordas de los compromisos que se aceptan cada dos por tres para usar un servicio, un programa, o una página de internet?”, pregunta Julio Miravalls en su Apunte Lego del diario El Mundo. “Resumen para los que no lo hacemos: renuncia a toda clase de derechos sobre el material que subas (si se pierde, mala suerte), y a cualquier reclamación por fallos. Y unas cuantas cláusulas, muy leoninas, sobre lo que pueden hacer con tus ficheros y con lo que aprendan sobre ti y tus costumbres. Eso incluso en servicios por los que se paga. Así que, gratis...” Se aprovechan el FBI y más gente: los publicistas, las agencias de márketing, los demógrafos...todos los que quieren saber quiénes y cómo somos sin preguntar directamente.
sábado, 16 de enero de 2010
161.483 exiliados españoles
El ministerio de Exteriores informa de que se han presentado 161.483 solicitudes a la nacionalidad española al amparo de la Ley de Memoria Histórica en las 183 oficinas consulares de España. El 95,5% se presentaron en Latinoamérica, donde reside el núcleo duro de los exiliados durante la Guerra Civil y la dictadura del general Franco. La noticia no pasa del breve largo en la mayoría de los diarios. Es otra oportunidad perdida por los periódicos. Otra historia que contar que pasa de puntillas: el 87,5% de los solicitantes son hijos de expatriados, gente que en muchos casos actúa para reparar el honor de sus padres, privados de nacionalidad y convertidos en fugitivos sin pasaporte por su ideología. Sólo el 8,7% de los que quieren ser españoles son nietos de exiliados. Si las matemáticas sirvieran para explicar las cosas del corazón, estarían diciendo que España murió para los de la segunda generación nacida fuera. Que el sueño de volver a casa ya es para ellos seguir donde están. Y que se tardó muchos años en reconocer los derechos de todos los que se marcharon, de aquellos que ahora se reúnen en blogs por la red, o que hay opositores a inmigrantes con mucho morro: las oficinas consulares sólo han aceptado el 50% de las solicitudes.
viernes, 8 de enero de 2010
Rusia, arquitectura ensangrentada
Cuando José Bonaparte se hizo con el trono de España, en 1808, empezó a derribar iglesias y conventos en Madrid, ya que consideraba que abrir grandes avenidas y liberar a la capital de su abigarrado centro era necesario para transformar la ciudad de pueblo en metrópoli. Algo parecido debió pensar Stalin cuando se hizo con el poder en Rusia y decidió transformar Moscú para que respondiera a los ideales del Hombre Nuevo comunista. En 1931, la Catedral del Cristo Salvador fue destruida hasta sus cimientos con explosivos. En 1938 se inauguró el Hotel Moscú, un edificio esperpéntico y un producto del miedo, porque Stalin aprobó dos planes de construcción opuestos y el arquitecto no se atrevió a llevarle la contraria. En medio, el dictador desmanteló el Monasterio Chudov y el Convento de la Ascensión, dos joyas del siglo XIV en pleno Kremlin, para que hicieran sitio a la escuela militar y el palacio de los Congresos. Hubo más víctimas de los nuevos tiempos en la arquitectura. Stalin llegó a querer derruir la catedral de San Basilio, porque molestaba a la salida en masa de sus tropas desde la Plaza Roja, y sólo el arquitecto Baranovsky, que le amenazó con cortarse el cuello ante el edificio, le disuadió de aquello, al coste de pasarse cinco años en prisión. Moscú sigue viviendo en esa pesadilla de sociedad anestesiada. Medio siglo después, sigue vigente la sombra estalinista. Sólo así se entienden dos cosas: que el hotel Moscú y sus muros dobles para espías fueran destruidos en 2004 (está en reconstrucción) y que el presidente Dimitri Medvedev y su esposa Svetlana asistieran el jueves a misa en la catedral de Cristo Salvador, reconstruida en 1997. Rusia ha cambiado de cara, pero mantiene viejas costumbres. Stalin quiso borrar el recuerdo de los zares. Putin, el de Stalin. Los dos acudieron al método de derrumbar los ladrillos del líder anterior y señalar la nueva era con nuevas paredes. Mientras tanto, la gente siguió mirando al suelo, callada y con miedo a preguntar… ¿por qué?
jueves, 7 de enero de 2010
Un 'periodista' asesino
Jacques Mornard, periodista belga, entregó su vida a la causa estalinista con la ceguera que distingue a los fanáticos. Se ennovió con una mujer que consideraba horriblemente fea. Aceptó hacerse pasar por burgués con el objetivo de inventarse una nueva vida. Y se sometió a un intenso programa de entrenamientos, escondido en medio de la tundra rusa, donde aprendió a asesinar, a resistir interrogatorios y a domar con el instrumental psicológico proporcionado por sus instructores cualquier duda sobre las órdenes de Stalin. Mornard fue diseñado para ser un asesino implacable. Sólo perdió los nervios como periodista: un día, desplazado hacia la frontera de Francia con España, vio cómo llegaban los republicanos huyendo del ejército franquista, escuchó los “Reculez! Reculez!” que les gritaban los soldados senegaleses del ejército francés y le partió la cara a un compañero de oficio. “¡Qué vergüenza! ¡No fueron capaces de ganar y ahora vienen a esconderse aquí!”, había dicho el agredido, según escribe Leonardo Padura en El Hombre que amaba a los perros, una reconstrucción mitad fábula mitad verdad de la vida del agresor. El golpe casi le costó la carrera como espía a Mornard. No fue así, y bien que lo agradeció una de las esquinas más oscuras de la historia: voló a México, esta vez como el señor Jacson, y asesinó a Liev Davídovich, también conocido como Trotski. Mornard era Jacson y Jacson era Ramón Mercader. Periodista de mentira, revolucionario siempre, al final, un asesino.
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