viernes, 8 de enero de 2010

Rusia, arquitectura ensangrentada

Cuando José Bonaparte se hizo con el trono de España, en 1808, empezó a derribar iglesias y conventos en Madrid, ya que consideraba que abrir grandes avenidas y liberar a la capital de su abigarrado centro era necesario para transformar la ciudad de pueblo en metrópoli. Algo parecido debió pensar Stalin cuando se hizo con el poder en Rusia y decidió transformar Moscú para que respondiera a los ideales del Hombre Nuevo comunista. En 1931, la Catedral del Cristo Salvador fue destruida hasta sus cimientos con explosivos. En 1938 se inauguró el Hotel Moscú, un edificio esperpéntico y un producto del miedo, porque Stalin aprobó dos planes de construcción opuestos y el arquitecto no se atrevió a llevarle la contraria. En medio, el dictador desmanteló el Monasterio Chudov y el Convento de la Ascensión, dos joyas del siglo XIV en pleno Kremlin, para que hicieran sitio a la escuela militar y el palacio de los Congresos. Hubo más víctimas de los nuevos tiempos en la arquitectura. Stalin llegó a querer derruir la catedral de San Basilio, porque molestaba a la salida en masa de sus tropas desde la Plaza Roja, y sólo el arquitecto Baranovsky, que le amenazó con cortarse el cuello ante el edificio, le disuadió de aquello, al coste de pasarse cinco años en prisión. Moscú sigue viviendo en esa pesadilla de sociedad anestesiada. Medio siglo después, sigue vigente la sombra estalinista. Sólo así se entienden dos cosas: que el hotel Moscú y sus muros dobles para espías fueran destruidos en 2004 (está en reconstrucción) y que el presidente Dimitri Medvedev y su esposa Svetlana asistieran el jueves a misa en la catedral de Cristo Salvador, reconstruida en 1997. Rusia ha cambiado de cara, pero mantiene viejas costumbres. Stalin quiso borrar el recuerdo de los zares. Putin, el de Stalin. Los dos acudieron al método de derrumbar los ladrillos del líder anterior y señalar la nueva era con nuevas paredes. Mientras tanto, la gente siguió mirando al suelo, callada y con miedo a preguntar… ¿por qué?
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