lunes, 25 de noviembre de 2013

Mr. Lucky


Con vaqueros y camiseta. Con hiyab, el pañuelo que les cubre el cabello. Con niqab, el conjunto que oculta completamente la cabeza. Da igual cómo se vistan las mujeres en El Cairo. Esto es lo que a veces parecen ver los hombres locales: un trozo de carne, un solomillo cualquiera.

En la calle se pueden oír aullidos como de lobo. El visitante recién llegado seguirá su camino como si no fuera con él ese ruido casi de hiena, mientras que puede que alguna mujer se vuelva llena de ira porque sabe que a ella va dedicado ese ruido hiriente. Esto ocurre en Zamalek, el barrio más occidentalizado de la capital de Egipto. ¿Qué pasará en las ciudades pequeñas, en los pueblos escondidos?

Basta mirar fijamente al agresor para que cese en su actitud. Prontamente musita unas palabras mientras ineludiblemente se observa la punta de los pies. Es una breve tregua, antes de la siguiente arrancada.

Las valoraciones son constantes. El extranjero puede darse un paseo en el que escucha “Mr. Lucky!”, “¡Señor suertudo!”, si la audiencia considera que la compañía merece el calificativo. Dependiendo del arrendador, el hombre no pisa el piso de la mujer que paga el alquiler a no ser que demuestre lazos de sangre o matrimonio, fotocopia de la licencia y el pasaporte de por medio. Cada esquina, cada calle, rebosa de hombres que miran pasar, y de mujeres que apuran el paso camino de su destino. Ver a una mujer en el asiento de atrás de un coche, conducida por un hombre, provoca comentarios.

Quizás quienes hayan pasado más tiempo aquí vean las cosas de otra manera, la experiencia siempre es un grado. Quizás recuerden el respeto que se profesa a las ancianas, que aquí la libertad de la mujer se vive de otra manera, que no hay que hacer escándalo de momentos excepcionales, extraños, que locos y pesados hay en todo el mundo. Que a la salida de las visitas de los principales monumentos es fácil hacerse con librillos que explican en todos los idiomas posibles el papel de la mujer en esta sociedad.

Pero hasta que ellos digan lo contrario, los restaurantes de turistas, los bares de extranjeros, los hoteles, son un oasis de normalidad. Fuera, esperan los aullidos.

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